miércoles, 17 de junio de 2015

La mañana en Buenos Aires

Entre las particularidades con las que te podés encontrar un lunes cualquiera están los hombres y mujeres -en sus 20's, 30's, 40's o 50's- en el parque del boulevard en el que vivo, vestidos con ropa de entrenamiento y paseando a sus perros. Qué envidia, pienso. Poder clavarse el neón para ir a entrenar a la mañana: la gloria. Debería levantarme como a las 5.30 para poder hacerlo, y estaría engañando a medio mundo si dijera que sí!, que vamos!, que qué copado! No no. Y con los 3°C que están haciendo a esa hora, menos que menos. Así que cada vez que veo esas calzas con zapatillas flower-power me parecen los marcianos más geniales.
Otra: los camiones que descargan mercadería. No hace falta estar despierto a las 4 am como para ver los camiones que distribuyen las noticias. También hay otros tipos, menos madrugadores. Por ejemplo, mientras camino por la calle Amenábar, siempre veo una empresa de catering -que si mal no recuerdo se llama Schuester- con sus bestias casi sobre la vereda siendo cargadas.
En la estación Congreso de Tucumán de subte solían darme alguno de esos diarios gratis que distribuyen los respectivos gobiernos -el de la ciudad y el de la nación- y lo recibía con mucho entusiasmo por descifrar algo de esas novedades -muchas veces descartables-. Hoy ya no lo acepto más, lo cual me da un poco de culpa porque tenía buena onda con el chico que los entrega, entonces cada vez que paso tengo que hacerme un poco la boluda. Gajes del oficio. De vuelta en el mismo táper desinformado de siempre. ¡Yupi! Cuando estudiaba periodismo, y nos instaban a que leyéramos todos los diarios todos los días yo sentía un tedio infinito ante la mera perspectiva de acatar esa consigna, y cuando sí leía -que eran dos diarios en total, seguro, en aquél entonces Crítica y Clarín o La Nación o Página 12 o Perfil- resaltaba algunos datos importantes. Datos que pensaba que me podían servir para el de política internacional que tomaba unas preguntas todas las clases. Mi cabeza era un hervidero de datos. Creo que en su mayoría insignificantes, y empecé a tener miedo de que todo eso que podía pasar a estar obsoleto de un momento al otro ocupara tanto espacio mental que ya no quedara lugar para lo "otro". Fantasías reales (?). Otro miedo que tenía desde antes de empezar a estudiar en TEA: convertirme en un ser escéptico y desencantado -cosa que si sucedió, no fue por eso porque me salvé a tiempo- o dejé, para ser justa con algunos muy buenos periodistas que conozco y que por cierto, están muy lejos de ser seres del horror. Gimnasia, camiones, diarios no leídos, en eso consisten mis mañanas. Salud.

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